Entre el miedo y el coraje
No suelo hablar de política, ni exponerme más allá de mi círculo más cercano. Pero hay momentos en la vida en los que guardar silencio sería faltar a uno mismo. Este es uno de ellos.
Vivimos en una sociedad donde conviven pensamientos distintos. Tengo amistades y conocidos que piensan radicalmente diferente, y aun así, desde la moderación, la educación y el diálogo, hemos tenido conversaciones profundas y respetuosas. En esos intercambios nadie intenta ganar, porque el verdadero triunfo está en escucharse, en aprender, en ampliar el horizonte propio. Agradezco esas amistades y agradezco vivir en un lugar donde pensar distinto todavía es un derecho.
Pero estas últimas semanas algo se ha quebrado. Al acercarse las elecciones han surgido comentarios que ya no son simples diferencias ideológicas: frases que rozan la misoginia, que caricaturizan a minorías, que desprecian derechos fundamentales, que reducen la dignidad humana a un chiste o una provocación.
No es una generalización. No toda la gente que se identifica con un sector político es así. Pero no podemos ignorar que quienes quieren retroceder en derechos laborales, derechos de las mujeres y derechos de igualdad de género suelen agruparse en ese espacio. Quienes suelen usar la violencia y el bullying están en ese espacio, esperando la oportunidad de que un candidato les dé rostro y puedan decir de frente lo que dicen escondidos detrás de comentarios anónimos en las redes sociales.
Tenemos varios candidatos, pero solo unos pocos con opciones reales. No se trata de que nos enamore alguno. Hay propuestas casi idénticas entre sí; dicen ser “conservadores”, pero no hablan de conservar: hablan de retroceder.
Quiero que recuerden que las elecciones no son una competencia de popularidad: son un espejo moral.
Ahora quiero trazar una línea clara, no entre izquierda y derecha, sino entre dos fuerzas que siempre han existido.
Por un lado, está la fuerza que se alimenta del miedo: la que encuentra refugio en el resentimiento, en el racismo disfrazado de preocupación, en la violencia escondida detrás de un comentario “en broma”. Una fuerza que necesita que otros tengan menos para sentirse más.
Y del otro lado está la fuerza que nace del coraje, de quienes son capaces de mirar la injusticia sin apartar la mirada; de quienes entienden que lo roto se puede reparar, que lo que cambió se puede mejorar, que la libertad de pensar, de amar y de ser es un derecho humano básico, no un privilegio negociable.
No voy a convencer a nadie, pero quiero que recuerden algo más sencillo y más profundo: nadie vota solo por sí mismo.
Cada marca en el papel es un mensaje que enviamos hacia el futuro: a nuestras familias, a nuestras amistades, a quienes vienen después.
Votar es escoger qué tipo de palabras se escucharán en nuestras calles; qué tipo de trato se dará a quienes son distintos; qué valores serán los que respirará nuestra vida cotidiana.
Votamos por el alma del país. Voten en conciencia; voten pensando en el mundo que quieren que exista cuando ya no estemos aquí para explicarnos.



